Este fui yo ayer. En un partido de baloncesto entre criaturas de 8 años. Gritándole a un chaval de poco más de 18 años que debe cobrar 20 euros para ir a arbitrar un partido.
Siento vergüenza propia y ajena por lo nervioso que me he puesto últimamente en los partidos. Vergüenza porque siempre he pensado que yo no me comportaría así e incluso he criticado a esos padres que gritaban y se ponían nerviosos en partidos de niños. Pero ha llegado el momento y, otra vez, me he tragado mis propias palabras y pensamientos de paternidad de cartón piedra. Una vez más, el «yo nunca gritaré al árbitro o me pondré nervioso en un partido de mis hijos» se ha convertido en un padre gritón, faltón y nervioso por un partido intranscendente entre criaturas de 8 años.
Os prometo que voy a los partidos en modo Zen total. Con mi mejor voluntad de estar tranquilo, animar al equipo y aplaudir cuando toca. Pero llega el momento y me transformo. Intento pensar de dónde nacen esos nervios, esa tensión autoimpuesta y me cuesta encontrar los motivos.
QUIZÁS sea mi yo ex-jugador que se me aparece y me posee. Ese jugador de baloncesto con poco talento pero mucha energía que compensaba la falta de habilidad con esfuerzo, lucha y trabajo en equipo. Que se dedicaba a animar y empujar a sus compañeros para que dieran lo mejor de sí en cada partido.
QUIZÁS sea una de esas frustraciones que tenemos los padres y transmitimos a nuestros hijos. El de no haber llegado a sernosequé y pensar que mi hijo si podría llegar si se esforzara y lo peleara más. Si entrenara cada día 89 horas y su vida girara entorno al deporte. Si yo, como padre, me lo llevase cada día al parque a entrenar y así poder, algún día, decir «Yo le he hecho así».
QUIZÁS es orgullo de padre herido porque pierden muchos partidos y eso, indirectamente, quiere decir que soy un mal padre porque mi hijo es un mal jugador y no he hecho nada para que sea mejor. Y entonces es más fácil culpar a los árbitros, a los entrenadores o a los compañeros en lugar de aceptar que simplemente el otro equipo es mejor y chinpún.
QUIZÁS es rabia por saber que a mi criatura se le pasará la rabia del partido perdido a los 3 minutos de acabar y yo seguiré pensando que podrían haber ganado si hubieran hecho eso o aquello. Y pensar que debe ser más competitivo, concentrarse o yoquesequé.
Si, ya lo sé. En tu mente ahora mismo me estás dando lecciones morales. Que si debería dejar que disfrute del deporte simplemente. Que como padre debería centrarme en animar y aplaudir. Que estoy dando un mal ejemplo a mis hijos. Que incluso pueden llegar a avergonzarse. Si yo todo esto lo sé.
Pero la semana que viene llegará el siguiente partido y, quizás, volverá a pasar.
Sem
Ya sabes mejor que nadie que esto de la paternidad va de tragarse palabras día sí y día también, y capear temporales, día sí y día también, avanzando lentamente con el escudo levantado mientras llega el siguiente chaparrón.