«La paternidad y la hipocresía van de la mano, igual que la cebolla y la tortilla de patatas» Sócrates
Ser padre es ser hipócrita. Es mentir. Es fingir. Es actuar. No hay más.
Es pretender que tienes bajo control la situación, que sabes cuáles son los mejores pañales para tus hijos y que el carrito que has elegido es el mejor de entre las millones de posibilidades. Es disimular delante de tus propios padres y familiares que tú mejor que nadie sabes lo que le conviene a tus criaturas, cuando el 90% de las veces tomas las decisiones al azar (o intuición que le llaman los más necios).
Es fingir que los padres de sus compañeros de guardería te caen bien cuando en realidad tu vida te la sopla y lo único que quieres es estar tranquilo viendo a tu hija comer tierra a puñados y preferirías escuchar «Baby shark» en bucle durante 2 horas a que Juancho te cuente por enésima vez sobre lo creativo que es su hijo al intentar poner las piezas rectangulares en los agujeros circulares.
Es sonreir y poner cara de Padrazo en plan «es un momento maravilloso y estoy en la cima del mundo» cuando sales a pasear con tu recién nacido y las señoras viejas te dicen algo en el supermercado cuando realmente estás muerto de sueño y lo único que quieres es que el puto niño se duerma y sentarte al sol en un banco, cerrar los ojos y trasladarte por unos segundos a esos momentos de noches demasiado cortas y cervezas demasiado largas.
Pero esta hipocresía es fácil de hacer e incluso es placentera, porqué es hacia fuera. Hacia gente que te importa una mierda y hacia la cuál haces gala de educación porqué confrontarles o mandarles a la mierda requiere más energía, algo de lo que no vas precisamente sobrado.
Pero cuando las criaturas crecen, aparece otro tipo de hipocresía más xunga, más difícil, de la que te consume por dentro.
«Cariño, hay que esforzarse al máximo para hacer las cosas lo mejor posible» le dices cuando te enseña un cuadrado, dos redondas y dos palos y pretende que entiendas que es Bob Esponja al lado de Patricio. Y se lo dices tú, que esa misma mañana has estado 3 horas viendo vídeos de TikTok en lugar de currate esa presentación que tenías que hacer a las 12h para finalmente en 15 minutos y gracias a la magia del Ctrl+C Ctrl+V hacer una chapuza de la que te avergüenzas.
«Papi, la gorda que sale por la tele es una cerda». Y tú le riñes de manera enérgica y le dices que no hay que juzgar a las personas por su físico ni reirse de ellas ni mucho menos etiquetarlas con palabras como gorda o cerda, mientras dudas si esas palabras realmente las ha dicho él o ha sido tu cerebro infantil de mierda, el mismo que hacían que le llamaras Chettos tu amigo Pedro de 4rto B.
«Hijo, ponte la mascarilla aunque estés en el parque corriendo con tus amigos» le dices mientras él te mira extrañado y se la pone de nuevo con cara de resignación mientras te ve sentado en la terraza del bar de al lado del parque, compartiendo una mesa de 4 con otros 13 padres y madres tomando una cerveza y fumandote un cigarrito tan a gusto.
Quizás ser padre es ser hipócrita. Quizás educar es ser hipócrita.